Sabores inolvidables que abrazan la majestuosidad
El salto de Tequendama es uno de los lugares más icónicos no solo del municipio de Suacha, también lo es a nivel nacional, y es que en este espacio permeado por la niebla, se gesta la vida misma tras el arrullador caer de sus aguas al vacío, las aves revoloteando alrededor, los arboles dibujando las extremidades de la montaña y el murmullo de la gente que constantemente se detiene a observar el paisaje y a degustar los platos netamente soachunos que durante más de medio siglo han conquistado el paladar y el cariño de los viajeros.
Sin duda, estos puestos de comidas son un valioso referente territorial y cultural; allí 12 familias del corregimiento dos, especialmente de la vereda San Francisco ofrecen a los visitantes y turistas un festín gastronómico que vendría a inscribirse en la historia como una pieza sumamente importante dentro de sus costumbres y tradiciones, para finalmente enmarcarse como patrimonio inmaterial del territorio.
Estas casetas hacen parte de la compleja constitución del lugar, son una pieza más del paisaje y como tal los comensales las han reconocido, el salto no sería lo mismo si llegasen a faltar los pequeños comedores de madera al aire libre; si se ausentara el cálido aroma que se desprende de los guisados, mazorcas asadas, picadas, arepas cubiertas de queso, agua de panela tibia y claro, si faltara el aroma a café endulzado con panela, en contraste con el manto de niebla que muchas veces ampara a la cascada e invita al frío a sentarse a la mesa de los visitantes.
En la actualidad no solo las tatarabuelas, abuelas, madres e hijas se encargan de conservar la gastronomía tradicional en la zona, también los hombres se han dado a la tarea de ponerse el delantal. Es el caso del Don pepe Bernal, quien acompaña a su esposa a vender los deliciosos platos que preparan en su horno de piedra y leña junto a la caída de agua. Hace más de 37 años inauguraron su caseta y durante este tiempo han ofrecido fritanga, chicharrón, rellena, chunchullo, diferentes cortes de carne, costillitas con papa criolla, también arepas de maíz pelao, porva o de mazorca acompañadas con bebidas tradicionales como el masato, chica o agua de panela.
Según don pepe con su esposa propusieron adecuar el lugar, desearon poner tablones de cemento, pero los mismos turistas y visitantes alegaron que el alma de las casetas estaba precisamente en las maderas rusticas, en la guadua que sostiene los techos, en el humo y tizne que se desprenden de las ollas y el fuego enardecedor.
El salto de Tequendama es un lugar mágico, propicio para reflexionar en soledad cerca de sus rocas agujereadas por las aguas, pero también para compartir en familia alrededor de las exquisitas comidas que con tanto cariño fueron preparadas, pero estos vínculos afables no solo se reducen a la familia porque incluso, allí el hermetismo grupal se pierde y sale a relucir una comunidad donde convergen desconocidos que se reconocen fraternalmente.

También existe tras esta tradición una historia bastante emblemática, se trata de su ingrediente principal, la savia que ha sustentado este hermoso legado, y es precisamente la participación de las mujeres que en su mayoría son cabezas de familia; hablamos entonces de un matriarcado que llego hace cincuenta años para quedarse.
Y es precisamente desde el matriarcado donde se empieza a tejer la historia de las comidas acompañadas de leyendas en torno al salto de Tequendama, al tiempo que germinan las técnicas o modalidades para la elaboración de los productos, recetas que hoy contienen sus secretos y mantienen vigente la preparación artesanal como estandarte heredado.